Se hace camino sentado,
mientras se fragua
la remota orientación de la mañana.
Se empieza a volar
corriendo hacia atrás, como quien salta
por sobre sus propios cálculos.
Se vive aguardando
una señal para elevarse
hasta el límite de la albaguarda.
Retenerse es derramarse
hacia el confín de lo impensado.