No basta con vivir:
hay que atesorar la experiencia,
conservarla como un bien
—mueble o inmueble: un patrimonio
que circula con nosotros, y mantiene
cuanto somos en contacto
permanente con su raíz:
el no ser nuestra la vivencia,
el no entregarse
la sangre
sino en régimen de custodia,
vigilancia y protección.
Vivir no basta, no es suficiente
ofrecerse como sujeto de lo que ocurre:
es preciso transformarlo
una y otra vez
en íntima sustancia de nuestra inminente
desaparición.