Desapareces, y lo sabes.
Te borras, te vas, languideces
como una rosa que pierde su rotundidad
tras superar ¡oh! los buenos días.
Menguas,
decreces, abandonas la cima
y emprendes el camino de bajada
con tu alma saciada a plomo.
Del oro
antiguo sólo queda el resplandor
santificado de impotencia.