Apretada como un puño sangrante,
la granada
se diría que está a punto de estallar
y pringarnos la cara con su zumo.
Globulosa y parca
en motivaciones, los nudos
que la componen parecen celdas
de miel rojiza en un panal.
A medida que uno los separa,
se desfigura su estructura colmenar,
y emerge entonces su naturaleza
asesina:
una tras otra, las balas
de su cañón van restallando
en nuestra mano inocente,
amputándonos (quizás) una falange,
o un dedo, o la mano entera.
Pues, tras su aspecto vítreo y acontentado,
la granada es un fruto amenazante:
de nuestro propio destino, calco;
de la esperanza toda, imagen.