Vivo con la provisionalidad risueña
de quien sabe que va a morir
a una única vida
y no al perdón de los pecados,
ni al fuego eterno
que desprende una velita,
ni al agua bendita y purificadora,
ni a los cántaros derramándose
sobre un campo de gran boca,
ni a mi rostro dilatado
por mor de una sonrisa,
ni a cierta propensión
a la reserva estratégica,
ni a la deriva
inopinada de los acontecimientos,
ni al salmón aguas arriba,
ni a la red
perforada por el pez espada,
ni a las detonaciones súbitas,
ni a este vicio de entregarme
a las ínfulas portadoras
de una serenidad
por completo
quebradiza.
Vivo con la provisionalidad risueña
de quien sabe que va a morir
no una vez, sino centenares,
y siempre riendo.