I
Cuando el fondo de la laguna
está en paz y descansa
(su respiración acompasada
a la lenta rotación de la Tierra)
es cuando le crecen las olas:
contra la lisura exterior amotinadas,
ellas mantienen la paz
que, de otro modo, estallaría.
II
En invierno, con la dura
costra de hielo en funciones de casco,
la laguna hormiguea por dentro:
cientos de larvas
a punto de ser desovadas;
semillas con plantas en pleno sueño;
algún que otro pez dorado
mitigando su exilio interior
con la utopía de avenidas futuras.
Las energías del agua fría
acumulan motivos para la subversión.
III
Los meses cálidos, la vida pulula:
en la laguna, es tiempo de confusión.
Al exceso de densidad vital cabe sumarle
los estragos del entusiasmo.
Colonias enteras de empresas inviables
entonan el mea culpa.
Los líderes populares
toman el camino de la emigración.
Hay miles de cadáveres
infestando la ribera del fracaso
(la quimera da de comer, quizá,
pero no alimenta).
Poco a poco se va instalando
un silencio inmemorial.
En el agua,
las siluetas se desdibujan
y de árbol en árbol la telaraña
empieza a parpadear.