Perfectos desconocidos
cuyas miradas chocan con la pantalla
traslúcida del deseo:
¿acaso existen manos para abarcar
el océano que os separa?
¿Hay caminos
más acá de esta distancia
de agua y de sal?
Si lo que amáis es el delirio
del místico devaneo,
¿para qué llenar de arañas
vuestro sagrario coral?
Si es la frescura del río
que baja de las montañas,
¿cómo haréis para embalsarla
sin que sufra su caudal
el terrestre menosprecio?
Vosotros, los del inducido
mareo con palabras y metal,
sabed la verdad de la patraña
electrónica: que el sueño
que en la red nos embriaga
es del orden del espejo,
no del de la ventana.