En la espera del fruto me deshojo.
Vivo en estado de flor
expectante, criando una piel
que caiga fácilmente, que se pueda pelar
y deje a la vista mi núcleo extraño,
la simbiosis de un sol que se apaga
y se reinventa en un único gesto.
Vivo separando las pepitas de la carne,
el perihelio del mirar, el endocarpo
prieto de la promesa ligera.
Vivo en el canto
del espejo que viene, o ha de venir,
porque en esta alternancia de ayes y ohes
no me puedo quedar sin resolver, así, fofo
como una mano abierta en la que nada se lee
o un pie concebido para hollar tierras lejanas
o un campo sembrado que no acaba de germinar.
Vivo elevándome por encima de mí:
vivo más cierto cuando te aguardo
y protiendo a la apertura,
y si cobijo selvas en mi regazo es en tu ausencia,
y si me anhelo es por perderme,
y si te ensueño como resolución
es para olvidarme como proyecto.
Fruto, crédito o caución:
tapón de mi botella que se desbrava.