Vísperas de mucho: siento el vacío
anterior a la apoteosis,
la exquisita renuencia
típica del prolegómeno, ese dulzor
remoto como de juncos
que circunda la espera devota.
Por eso la boscosa cabellera del presente,
su impenetrabilidad, se me hace tan rala:
es siempre escasa, comparada conmigo,
que tiendo morbosamente a la extenuación
del instante de hoy en el instante de mañana.
Por eso ahora,
que me incorporo
a la quimera del oro blanco,
me veo abocado a la impericia:
si todo fuera eso,
cavar y colar,
el tesoro sería el canto
y no los brillos y la ceguera.
Por eso busco con instinto de cabra loca:
para ajustarme a la medida
descabalada del aire, para indagar
en las simas, para alejarme.
En los huecos sonoros del tiempo
hay espacio sobrado para mí.
Me está llamando.
Como las grandes aves,
que sólo descienden para cazar
terrones de tierra jugosa,
o como el pez
habituado a dormir entre los limos
donde su escama se rumia y se refunde,
yo también tiendo a la separación.
Si me incorporo y busco
un lugar en este mundo es porque voy
en pos de otra distancia.
1
Con tus palabras gruesas hago yo, al alimón,
un torbellino delicado, tules muy finos,
una gasa que te envuelve y amortigua,
no por quitarte envergadura (yo te quiero
brutal y drástica), sino por darte
espacios futuros que arrasar:
aire para hoy,
pan para mañana.
2
En el arenal, donde solían
embarrancar mis otras barcas,
se ha abierto ahora
una enorme vía de agua.
Raro será si del percance
para otros, estrago
no salgo de nuevo yo
húmedo y renovado.
3
Mi unidad está a ras de suelo.
Yo, por debajo,
me vuelvo a ramificar.
4
Tu doble faz es la elegancia
de tener todos los rostros posibles,
de vagar buscando un nido y encontrarlo
en un ala rota, o en el canto liso
del vaso del que me das a beber.
Tu ambigüedad tiene sustancia
de líquido seminal, y el tacto
de un sueño firme.
En ti, el rencor de ver
carece de todo sentido.
5
Andas callada hoy,
y yo ensordezco
por no tener qué devorar.
Aquí, todos los huesos
están exhaustos, sin sangre,
como caídos en una flaccidez
desconsolada
de la que sólo tu grito
sirena vasta: aparición
podría rescatarlos.
6
Yo soy tu sed, no tu agua.
Si me arremanso
no es para que me sorbas
y te refresque, sino por ver
cómo me cruzas y me navegas
rumbo a tu otra costa
(la embebecida).
Desde estos médanos,
con los brazos como aspas, yo te saludaré
orgulloso de tu coronación
mar muy adentro.
Afinidad es una palabra neutra que le hace oídos sordos a las múltiples salvedades, al obstáculo futuro, a la discordia y a la subsiguiente conciliación.
Cuando dos se acercan, están olvidando cuanto conspira en mantenerlos aislados y caducos, están pugnando por una alianza que reluce porque no se toca. Bastará que la proximidad revierta en contacto para que vuelvan a rugir, a pie de página, los óbices consuetudinarios, las preguntas de rigor, el qué hace esto aquí y a qué ha venido.
Afinidad es un verbo en modo impersonal: no se conjuga, tan sólo muestra sus colores como una flor de plástico en un jarrón que palpita. Ella no poliniza. Su hola está contenido entero en su propio adiós.
La semejanza inventa la diferencia,
igual que el agua es la madre del desierto
que la asfixia en cuanto amanece y empieza a arder.
El parecido abona el suelo de la guerra:
dos se pelean porque ambos se quieren
hijos de un mismo dios en pleno infierno.
Acercarse es un modo de estar lejos.
Aspirar nos separa del objeto deferente.
El ahorcado besa su propia cuerda,
es evidente: a ella él sólo le debe
su inminente balanceo,
es decir, su primavera.