Tú sólo eres cierta cuando te avienes,
cuando te das a la reverberancia
de lo que yo antes te eché a los dientes,
oh fiera especular en la distancia.
Yo sólo comprendo cuanto te escucho
dar forma extraña a mis encías,
a la lengua retráctil, al flujo y reflujo
de los raros frutos de mi inquina.
Nosotros dos sólo existimos, breve
encuentro de quimérica energía,
en el acto mismo de tenderse
nuestras mentes hacia el día
de su aleación.
En la espera del fruto me deshojo.
Vivo en estado de flor
expectante, criando una piel
que caiga fácilmente, que se pueda pelar
y deje a la vista mi núcleo extraño,
la simbiosis de un sol que se apaga
y se reinventa en un único gesto.
Vivo separando las pepitas de la carne,
el perihelio del mirar, el endocarpo
prieto de la promesa ligera.
Vivo en el canto
del espejo que viene, o ha de venir,
porque en esta alternancia de ayes y ohes
no me puedo quedar sin resolver, así, fofo
como una mano abierta en la que nada se lee
o un pie concebido para hollar tierras lejanas
o un campo sembrado que no acaba de germinar.
Vivo elevándome por encima de mí:
vivo más cierto cuando te aguardo
y protiendo a la apertura,
y si cobijo selvas en mi regazo es en tu ausencia,
y si me anhelo es por perderme,
y si te ensueño como resolución
es para olvidarme como proyecto.
Fruto, crédito o caución:
tapón de mi botella que se desbrava.
Me dices que renacer te cansa,
que ahueca tu espera y la vuelve
del revés, como una insolación
que vacía por dentro sin quemar.
Me dices que arrastran pesos
tus brazos, que de tanto humo
los ojos ya se niegan a ver
más allá de lo evidente.
Me dices que tiempo es angostura,
que la opresión te revuelve los sueños
brevísimos al amanecer (las moscas
remuerden la muesca de la frente)
Me dices que mi escucha te alegra
la espera de un final que está cantado
y, aun así, silabeas con la fruición
de un estudiante sin suerte.
Me dices que revele el nombre del don
del himno inaudito. Pides en vano.
Yo estoy aquí para incendiar
tu muerte en voz pasiva.
Plétora o diáspora:
no hay término medio.
Si resplandeces, no ves
lo que queda detrás de la luz,
o no te incumbe.
Tu ser es todo entero,
sin falta ni doblez.
Cuando, en cambio, te oscureces,
existes sólo tú
con tu carga de defectos:
nada podría entonces detener
al animal que de puro miedo huye.
El centro equidistante del ser
blanco o estar negro,
mi ojo no lo conoce. El azul
ideal que ni baja ni sube,
si existe, es tan sólo hipotéticamente.
¿Es mi hambre
o son tus ganas de comer?
¿Hay connivencia
en esta entrega a esa fe
que va toda por delante
de nosotros, sus guardianes?
¿O es un eco tan sólo
de algo que oímos una vez
y repetimos a ciegas?
Escuchar es inventarte
como estática promesa
de lo que aún está por ver.
La chispa, en su ámbar
de evidencias saladas,
como la yema en su huevo
se reconcentra.
La luz que devuelve
es la luz que le espera,
de nuevo,
mañana por la mañana.
Cuando bastaba
con lo que había para delectarme
en un espinoso marasmo azul
(aire elemental en que yo abría
lo mío a la impersonalidad).
Cuando el viento, fragante
promesa de ilusa algarabía,
transformaba mis esencias de coral
en visiones y raptos en que tú,
límpida reverberación, imperabas.
Cuando asumía
el sacerdocio un cariz bacante
—cometa volando al albur
de una radiante mañana
en líricas funciones de radar.
Cuando el orbe sabía,
muy de tarde en tarde,
del alcance de la sal.
Cuando el sueño, aún
—yo sí me conformaba.
Volcado en mi pecera
de aguas tranquilas sólo por fuera,
escribo con rumbo desconocido.
Se supone que hay paredes,
en este cosmos mío de cristal
líquido y arenisca y algas falsas.
Pero, cuanto más avanzo
con mis branquias de par en par
y mi aleta caudal a guisa de pala,
tanto más rápido me alejo
del centro estable de mi mesa.
Los límites por mí fundados
me abocan a la indeterminación
consubstancial al fondo azul
de esta pantalla-sagrario.
En saco roto caen
las palabras que debían planear,
intactas, hasta tus cejas.
No pueden volar,
tú no las dejas.
Los mensajes que te traen,
incomprendidos, van a quedar
grabados como ausencias
en un limbo imperturbable.
De allí, si lo deseas,
un día cualquiera (grave
paso el que darás,
sin saberlo, hacia delante),
tú las podrás rescatar.
Si nacieron ellas,
parvas sin su par,
fue sólo para esperarte.
“qué arraigado saberse cierto y hondo
en la misma raíz del desarraigo”
V. GALLEGO
1
Con estos brazos estrechos
y estas manos sin envergadura
apenas, y sus diez dedos
finos y huesudos logro aferrar
la esencia pura
sin denuedo.
Lo sutil cede a la presión
delicada. Lo ínfimo requiere
una ofídica pregunta.
2
Para el que aguarda, lo dicho
se oscurece lentamente
y el silencio manifiesta
cada vez nuevos presagios.
3
¿Por qué tiene el incienso este aroma
tan pagano, hecho de carne
que palpita y briznas de azahar?
A los muertos clavados en su cruz,
el cono que arde les sugiere otro cielo,
y cadenas y un pozo de pecado.
A mí, en cambio, su columna de humo,
su rosa embriagada de abril, me suscitan
visiones de la vida mortal, y honda.
4
Igual que la llama de una vela,
yo necesito
amparo para no temblar,
respiraderos para no ahogarme.
5
Lo que ayer estaba junto,
ahora porfía
por violentos caminos separados.
De la cálida
proximidad de los contactos
apenas queda —surco
que en junio se resquebraja—
una vieja melodía
crujiente e inválida.
6
Mas por más que tú me dieras
en soles transidos de músicas,
ya ya no acordaría
mi compás a tu metrónomo
(seas quien seas).
La síncopa es el destino
de los que llevan la voz cantante.
7
Lo que anhelo no es tu voz.
Si me la traes ahora
yo, sin duda, la empastaría
con otras voces no olvidadas.
El sonido que yo deseo
son lo armónicos que la circundan
(nube en estado de promesa,
tierra en proceso de roturación).
8
Estas frases
breves que lees
a vuelapluma
(tal que inocente
fruta inmadura),
son la menguante
cara de la luna,
no la creciente.
Su pasión no es la de dar:
si se retienen
en insólita apretura
no es por tentarte,
es por calmar
sucintamente
tu evidente hambre lobuna.
9
Raro suena el mar
en los timones raros.
No ruge, como dicen:
reverbera.
Su entonación es de un orden
desconocido en la tierra.
No tiene melodía.
Más que cantar,
el agua del océano expresa
con ecos su mensaje
ahíto de profundidad.
10
Sin raíles circula por el mundo
mi tren desvencijado.
Abro caminos a medida que avanzo,
y en cada posible encrucijada
implanto un doble sí.
De aquí en adelante, no he de conocer
negros ni blancos, sólo un gris
trasunto de la última noche y promesa
abierta de la conciliación.
Por la boca vive el pez
que soy en este acuario
de palabras.
El día que me calle
emergeré,
de nuevo,
hasta la tierra sucia
donde me espera (arpón en mano)
el Primer Lector,
el preminente.
Para caminar por los fondos
marinos necesita el buzo
un gran peso que le empuje hacia abajo.
La etérea alegría
no es útil para este fin;
el grácil jugueteo apenas le serviría.
Sólo una pena
ferocísima y autoimpuesta posee
la verticalidad del plomo.
La tristeza únicamente
hunde el corcho de la vida
hasta el suelo primordial.
No analizarlo, no descomponer sus partes constituyentes (se esfumaría sin ceder en sus propósitos).
No generalizar su causa, real o presunta: que nos pertenezca por entero, mal que la raíz sea de todos, y las ramas.
No darle pábulo, ni negárselo tampoco. Amputarlo es amputarse: frágiles somos, y mudables.
No escupirlo. No paladearlo. Dejarlo flotante en la boca, purgatorio de los sabores amargos (ya lo tragarás cuando amaine).
No aumentarlo con el dolor voluntario de la reflexión.
Experimentarlo sin darlo por sabido.
Mantener su ritmo y su canción.
Poetizarlo.
[De esta quietud
alucinada de la que ahora salgo
van a quedar, a lo sumo,
huellas detrás de mí,
moldes vacíos].
El peso
cierto que se sostuvo
por un instante a gran distancia
del suelo, caerá otra vez
hasta su propia horma
ya sin elegancia:
breve destello
de lo puro en lo impuro.
La algarabía
donde fui etéreo,
volverá a desvanecerse
con el aliento que asciende
directamente de la cloaca.
Los sueños serán
acaso neuronas borrachas
que poco a poco se emborronan,
dejando un charco tras de sí
de hiel y sudor frío.
El amor,
el amor, el amor:
un espasmo tan sólo.
[De aquella plétora
reconcentrada y azúl,
tú verás cáscaras,
únicamente].
¿Duda metódica? ¿Y por qué no confianza metódica? Decir que sí de entrada, menospreciando los augurios en contra y a favor. Sorber, que ya habrá tiempo sobrado para escupir (si fuera necesario, y sólo en ese caso). Abrir los párpados de par en par, empaparse de la novedad nunca vista ni oída antes al menos, yo no la recuerdo: soy una mente sin pasado, sentir y consentir a tumba abierta, ser uno con la propia algarabía, sin ironía ni distancias preventivas: admisión pura y sin mezcla.
¿Recelar? ¿Y privarme de entrada de las bazas que me podrían redimir? ¿Pedirte la documentación? ¿Y relegar tu rostro indefinido al cajón de las fichas desechadas por cumplir los protocolos? Reconocer es olvidar.
Prefiero hacerme el sordo y disfrutar de tu nombre atiborrado de promesas. Prefiero desoír el aullar de las alarmas (acaba de pasar una ambulancia) que condenarte sin pruebas, sólo porque eres quien eres y vienes como tú vienes: con las dos manos por delante y la ambigua señal entre los ojos goce o tortura, qué sé yo, si no te identifico, oh tú, la bienpensada.
Una opción: debe ser consumida.
Un canto: hay que entonarlo
si arrecia en su acorde el pianista.
Las puertas golpean sus quicios
en prueba de resentimiento
falaz por todo lo que no ocurrió.
El faquir engulle la única pista
que quedaba del altercado gris
donde perdió sus últimos dientes.
El gran motor giratorio invierte
el sentido del sentido en cada luz
que desciende, remota, sobre mí.
Como una muesca o una cicatriz,
confío mi secreto al valedor
de mi derecho a un cielo azul.
Acciones por defecto: de las que no dejan huella, pero retumban por dentro. Por ejemplo, abstenerse de mezclas indeseadas. Por ejemplo, dudar largo y tendido. Por ejemplo, no poner ejemplos: simplemente, enunciar una norma sin importar si se cumple o no se cumple.
Acciones a las que aspiro: esas que obligan sólo porque no pueden imperar.
Acciones: blandas y adaptables, pero no porque discurran, sino porque hacen discurrir. Acciones-cauce, no caudal.
Acciones que yo quiero: amplias y respirables, que no limitan, sino que abren.
Acciones blancas, acciones por escribir. Acciones no excluyentes. Acciones dementes, de tan sensatas. Acciones que son el hazmerreír de los que suelen tener las acciones por la única vara de medir.
Acciones: abstenciones que preservan intacto el ámbito del porvenir.
Es al comienzo,
en la exposición del tema
y no en su desarrollo
(prolijo y redundante: carne
de olvido) donde la idea
feliz, la exacta imagen
dan más de lo que dan
porque son más de lo que son:
atisbo, cuando pasmo
consumadoinsinuación,
si entrega completa.
Es empezando,
en estado de semilla
y buena esperanza,
como uno alcanza la intuición
de que hay un fin,
y que se acerca.
Es en los preludios,
donde el autor aprehende
la obra completa.
Es la promesa
la raigambre
toda del amor.