Mi gran amor, mi querida niña,
mi única referencia, mi vida:
siempre estarás lejos,
bienamada, en el limbo
de los seres perfectos,
en la estratosfera del corazón,
en el abismo ideal del ente correcto.
Eres el vórtice de mi orgullo,
la catástrofe de la belleza en el mundo,
la paradoja sutil de la materia,
que sube y que baja
por la dorada cadena,
la criatura más sublime
de tan excelsa nobleza.
Eres el punto de apoyo de los desheredados,
la caída libre del peso más pesado,
el estado crítico de la ciencia,
la asíntota principal del sentimiento,
la combinación de la inteligencia
que se resuelve en la equis
más cercana a la quimera.
Yo, el punto exacto de maduración
de la fruta antes de consecharla,
no lo conozco.
Ignoro la forma que adopta el cadáver
en el preciso instante de cesar de fluir la sangre
en su interior helado.
Por no saber, no sé la contraseña
de acceso al reino que no hay,
ni si en mi palabra vuelan las aves
o el reptil serpentea por el suelo.
Para estar a la altura de los hechos,
yo tendría que hacerme a un lado
y verlo todo desde el afuera de mí,
de mi impaciencia atávica,
de mi clásica precipitación improductiva,
de mi estar remoto en los limbos de la vida,
sin Dios ni amo:
el ojo en la mano
(ni nosotros, ni yo).
1
Aires que se vienen y que van,
brisa inconstante:
por el cielo borran su curso
las corrientes al azar
Aguamarina, fluviales
descendimientos: absurdo
es el reflujo de la sal,
paciente mi gesto amante
2
Los cortes que yo quiero aventurar
en el tiempo, en la montaña
saturada de detritos,
es transversal.
Que conecte las mañanas
unas con otras, esta incisión
que aquí practico:
que nada suceda a nada,
y permanezca la sal
circulando sobre el agua
en suspensión
no coagulada,
de posibilidad ahíto
el vertedero.
3
Me rodeo de poetas
como otro de botellas vacías,
o de monedas
que va a tragarse la exquisita
máquina de la posibilidad.
Sobrevivo en la ficticia
compañía de quien no se conoce
y, a despecho del silencio, oye
avanzar hacia la fría
embocadura de la noche.
Camino lentamente de la mano
de quien conmigo no va:
juntos avanzamos
(oscura singladura compartida)
hacia la visión insomne.
Con qué pudor
exquisito
retrocede la flor ante la mano
que acaricia sus pétalos
iridiscentes.
Con qué recato
inteligente
se aparta el hibisco
cuyo estambre tiende al sol,
mas no al contacto
(su entrega es ilusión).
Con qué divina
contención exhala vahos
de amor la buganvilla.
Con qué inocente
reserva el amaranto
en la mañana florece.
Es tanta la caución
con la que el campo brilla,
que todo me parece
(a mí, el fauno
enardecido por la prisa)
invitación.
Siempre este peso
pegado a las entrañas
o a la espalda—una joroba
que no impide caminar,
pero que lastra
mi paso o su donaire.
Siempre los fardos
menguándome la marcha
con un retraso de días
enteros respecto al andar
habitual que yo tenía
y ya no tengo
—muerto ambulante.
Cargar, voy siempre cargado
con el bulto de esta espada
que no he de usar,
por mellada
o inútil para el combate.
El pólipo siempre, constante
este tumor: la tara
que, de extirparla, yo debería
destriparme de parte a parte
y sacar —de nuevo día—
mi espíritu al sol,
al sol y a las oportunidades.
Ser llevado,
sentirse llevado, y trasladarse
a lomos de una centella
—de la ocasión refulgente
en la que todo conmina al abandono,
a soltar, a oponer,
a desgajarse de uno mismo e indagar
la vasta inconcreción del porvenir.
Todo al cero,
al valor mínimo
de donde todo bebe
y adonde todo vuelve
Todo al misterio
de la luz blanca y redonda,
leche primaria en la que veo
condensado el tiempo que no hay
Todo a la nada
informulada, a la inconcreción
que mañana ha de germinar
en nuevas formas transitorias,
en cortes, en heridas
que sanarán al amanecer,
cuando ya no se recuerden
Todo a la muerte, que se anticipa
con cada apuesta desquiciada, y abre
insólitas ventanas en la pared
del matadero
Todo en todo arriesgado, permanece
nada en nada superpuesto
—como la sombra, como la sed :
constantemente.