Cada uno en su isla, los hombres solos
se comunican mediante señales
de humo de sus cigarros:
una columna blanca,
dejadme en paz;
un gran anillo, no estoy de humor;
una espiral
enroscándose hacia el cielo:
guardad las distancias.
[...]
Apenas unas horas
separan la tierra esta de la tierra aquella:
de una zancada salvarías el gran hiato
que, como una astilla, sólo está dentro
--en tu mente sin parámetros.
[...]
Lo único que importa
(la cosa-en-sí)
son los signos que puntúan
del uno al diez, los acontecimientos.
[...]
Sin motivo evidente
florecen los cactos cuyas espinas
te dan temor
[...]
¡Lo contrario! ¡Lo contrario!
El lado oculto, hasta completar
el círculo completo.
[...]
Sobre todo,
NO OLVIDAR
lo que sigue debajo,
escarba que te escarba.
Apetito de acabar,
de echar el cierre
a las puertas giratorias
y que cesen los vientos de azotar
la veleta del campanario.
Hambre de dar el sí,
sí quiero, y despedir
a todos los pretendientes
y al merodeador
que me acecha cada noche en la ventana,
invitándome a salir.
Voracidad
de un desenlace que nunca llega
ni se deja de anunciar,
apocalípticamente,
en forma de anónimos en el buzón,
de ademanes insinuados, de gestos
que me llevan de la mano
a ciegas al matadero.
Y hartura, hartura de las esperas
volcadas hacia afuera
—hacia la resolución
definitiva de la hipótesis
y sus sicarios,
las promesas.
Sólo refulge la palabra en la carencia
de todo surco, por ser ella
la incisión del tiempo del decir
que se alumbra en la tierra
todavía silenciosa.
Sólo en el amanecer se torna
la palabra que anegaba como rocío
la hendidura de la espera
y en figuras permanece, de la noche
testimonio incandescente.
No basta con vivir:
hay que atesorar la experiencia,
conservarla como un bien
—mueble o inmueble: un patrimonio
que circula con nosotros, y mantiene
cuanto somos en contacto
permanente con su raíz:
el no ser nuestra la vivencia,
el no entregarse
la sangre
sino en régimen de custodia,
vigilancia y protección.
Vivir no basta, no es suficiente
ofrecerse como sujeto de lo que ocurre:
es preciso transformarlo
una y otra vez
en íntima sustancia de nuestra inminente
desaparición.
Animal de los fondos,
de los limos inmundos de la sal
incrustada en la rocalla
del mobiliario.
Ejemplar
de las superficies táctiles,
donde las rayas se tumban
y el tiempo viene a posarse
como el papel,
como el sinfín
de la imagen luminosa frente a la cual
los ojos no pueden cerrarse.
Concreción en la tierra de las aguas
desbocadas—Inhábil delegado
ante el mundo de lo no existente:
epítome del zapador,
yo represento
el desenlace de las búsquedas desesperadas.